Juan Carlos Martínez. Profesor de Economía Aplicada de la Universidad de Málaga
Los salarios de los trabajadores españoles se han reducido considerablemente en los últimos años. El porcentaje de la renta nacional que se reparte en sueldos y salarios, incluyendo los de profesionales de las clases medias, es cada vez más bajo. En otras palabras, la capacidad adquisitiva de la mayor parte de la población española ha disminuido notablemente desde 2008 y se mantiene muy baja.
Los empresarios quieren obtener más beneficios. Para conseguirlo tienen dos métodos: aumentar sus ventas o reducir sus costes laborales. No pueden aumentar sus ventas porque los ingresos de la mayor parte de la población son muy bajos y no hay esperanzas de que aumente la demanda a corto plazo. Por tanto se esfuerzan en reducir sus costes laborales.
- A cada empresario individual le gustaría que todos los demás empresarios, salvo él, aumentasen los salarios de sus trabajadores. Así aumentarían sus ventas y beneficios.
- Incluso estaría dispuesto a subir el salario a sus trabajadores siempre que todos los demás empresarios hicieran lo mismo. Cree que sus productos son atractivos por lo que, si la demanda fuera mayor, sus ventas e ingresos crecerían suficiente para compensar la subida salarial en su empresa y aumentar a la vez sus propios beneficios.
- Pero él no va a ser tan estúpido como para subir los salarios en su empresa si los demás no lo hacen. Sería de tontos. Sería suicida.
- Por tanto sigue haciendo lo mismo que los demás: tratando por todos los medios de reducir sus costes laborales.
Este tipo de situación es lo que en la teoría de juegos se llama un Dilema del Prisionero pero lo podríamos llamar La Paradoja del Egoísmo: si cada jugador, cada empresario, cada individuo, busca racionalmente de forma egoísta su propio interés individual, el resultado es perjudicial para los intereses de todos. Los empresarios son prisioneros de su egoísmo.
Este tipo de situaciones es muy frecuente en la sociedad. Por ejemplo, en la actitud hacia el medio ambiente: a todos nos interesa que el medio ambiente se mantenga limpio, pero esforzarnos en mantenerlo limpio tiene un coste para mí o para mi empresa; lo mejor para mí es que los demás se esfuercen en cuidar el medio ambiente mientras yo actúo de forma egoísta; lo segundo en mi orden de preferencias es que todos, incluido yo mismo, seamos solidarios y contribuyamos al cuidado del medio ambiente; lo tercero es que nadie cuide el medio ambiente, suframos la pérdida de salud y sostenibilidad de la vida; pero lo peor en el orden de preferencias es que yo sea el único en actuar solidariamente por lo que tendré los costes del deterioro medioambiental además de mis costes por cuidarlo.
La Paradoja del Egoísmo Orden de mis preferencias entre los resultados de mi comportamiento y el de los demás |
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Los demás | |||
Solidarios | Egoístas | ||
Yo | Solidario | 2º | 4º |
Egoísta | 1º | 3º |
Hagan lo que hagan los demás, lo mejor para mí es actuar de forma egoísta. Pero si todos somos egoístas, el resultado para cada uno es peor que si todos fuéramos solidarios.
Adam Smith dijo que no era la generosidad del panadero, del carnicero y del cervecero la que nos proporcionaba nuestra cena, sino su egoísmo, porque había una mano invisible bondadosa que conducía su comportamiento egoísta de forma que nos beneficiaba a todos. Pero en las situaciones en que aparece la paradoja del egoísmo hay una mano invisible perversa que actúa en sentido contrario. La mano invisible perversa conduce el egoísmo individual de todos y cada uno de los empresarios a bajar los salarios de forma que nadie puede comprar el pan, la carne y la cerveza que quieren vender y todos, productores y consumidores, salen perjudicados.
Estas situaciones son muy frecuentes. Más ejemplos. A todos los pescadores les interesa que las cuotas y las reglas de pesca se respeten para que la población de peces se mantenga alta; pero cada pescador intentará sobrepasar la cuota que le corresponde. A todos nos interesa que los demás paguen sus impuestos y el Estado pueda ofrecer buenos servicios a los ciudadanos, pero cada uno está interesado en eludir o evadir, si puede, sus contribuciones a la comunidad. A todos los empresarios les interesa que las reglas para proveer a las administraciones públicas de bienes y servicios sean transparentes y justas; pero si uno ve posibilidad de sobornar o de hacer lobby para conseguir un trato privilegiado, lo intentará. A cualquier banco le gustaría poder hacer cierto tipo de operaciones financieras que, si es el único que las hace, le proporcionarían grandes beneficios con poco riesgo, pero que harían caer el sistema si todos hacen lo mismo. En todos los mercados se puede engañar y robar, pero si todos roban nadie irá al mercado. En un mundo en el que todas las personas fueran pacíficas y aborrecieran la violencia un individuo que se armase y amenazara podría someter a los demás y obtener grandes beneficios personales.
Cuando aparece la paradoja del egoísmo hay siempre una solución muy clara: la intervención de un árbitro externo, un Estado fuerte e independiente, con poder suficiente para obligar a todos a tomar la decisión que beneficiará a todos.
Si el Estado sube el salario mínimo interprofesional y empodera los sindicatos, la demanda agregada crecerá y todos los empresarios saldrán beneficiados. Toda la sociedad progresará si el Estado controla y persigue las actividades que degradan el medio ambiente, si controla y multa a los pescadores que superan su cuota de capturas, si establece normas impositivas justas que dificulten la elusión y castiguen la evasión fiscal, si combate eficazmente la corrupción, si combate la especulación y regula los mercados, si monopoliza la violencia y prohíbe la posesión de armas. Contrariamente a lo que afirman los liberales, la intervención de un Estado fuerte e independiente es imprescindible para el funcionamiento eficaz de los mercados, del sistema económico y de la sociedad.