Luis Alberto Alonso (Profesor de la Universidad Complutense de Madrid)
Cerramos la serie «La antigravedad del bitcoin». Puede encontrar el documento completo para descargar en este enlace.
En esta serie hemos planteado dos preguntas: La primera ¿es el bitcoin una burbuja? Definiendo burbuja como lo hemos hecho, la pregunta anterior es equivalente a esta otra ¿Existe en la dinámica interna del bitcoin un mecanismo que garantiza su estallido?
La segunda pregunta es: ¿cuál será el papel probable que va a jugar el bitcoin en las economías futuras?
A la primera pregunta hemos aventurado la siguiente respuesta: El activo “bitcoin” es un caso especial en el que el valor fundamental y el precio en dólares se identifican, se mueven paralelamente. Por lo tanto, no existe el mecanismo de frenado –que se activa en las burbujas clásicas cuando el precio se aleja desmesuradamente del valor fundamental– que inhibe su ascenso primero y provoca al final su estallido. El precio del bitcoin podría experimentar caídas bruscas, pero para ello es preciso que actúe un evento externo que modifique las expectativas alcistas existentes en ese momento. Lo que suceda en este caso dependerá del peso que tengan los especuladores cuyas expectativas se modifican y realimentan por descensos del precio de corta duración en el total de los propietarios de bitcoins? Si su peso es pequeño, cuando hayan vendido todos, el precio se estabilizará y se producirá el rebote. Además, los que se planteen vender se harán el razonamiento de que, si el bitcoin fuese nitroglicerina inestable, ya habría tenido chispazos-oportunidades que le habrían permitido deflagrar y no lo ha hecho. Al bitcoin, como a los humanos, los golpes que no le derrumban le hacen más fuerte.
A la segunda pregunta, la respuesta sería: La elevación continua del precio del bitcoin, que suponemos, le hace incapaz de sustituir a las monedas convencionales en la mayor parte de las tareas importantes que éstas desempeñan. Veamos.
- No será viable una economía cuya moneda única, con un ritmo de emisión insuficiente, sea el bitcoin. Estaría condenada a una deflación y recesión continuas. Por tanto, opción descartada.
- En una economía en la que coexistan el bitcoin y una moneda convencional ni los prestamistas ni los prestatarios estarán interesados en realizar préstamos nominados en bitcoins. Moneda no apta para el crédito.
- No cabe imaginar una economía en la que existan simultáneamente una parte dolarizada y otra “bitcoinizada”. Esta última, si llegara a existir y el crecimiento del bitcoin se mantuviera, sería fagocitada en breve plazo.
¿Qué quedaría, por tanto, como ventaja y razón de ser del bitcoin? Ni siquiera su utilización para realizar transacciones opacas, sin intermediarios, sin carga fiscal, porque a las ventajas incuestionables del bitcoin para instrumentar este tipo de transacciones había que contraponer las pérdidas que experimentarían quienes las realizasen por desprenderse durante un cierto período de una moneda con un valor creciente. Otras criptomonedas cuyo precio en dólares no se eleva desplazarían al bitcoin de esta tarea.
Por tanto, la única ¿ventaja? que subsiste en el bitcoin y que eclipsa a todas las demás es el crecimiento exponencial de su valor en dólares impulsado por la especulación.
¿Se mantendrá este crecimiento? Formulemos al lector algunas consideraciones para que sea él quien emita su respuesta: Imaginemos que fuese canalizado hacia el bitcoin una proporción del ahorro mundial maltratado en este momento y condenado a tipos de interés prácticamente nulos o negativos. Los ahorradores pueden elegir la proporción de sus ahorros que invierten en bitcoin, regulando así el riesgo que quieren asumir. Supongamos un inversor representativo que, de un ahorro de 100, invierte 95 en deuda pública alemana, con rentabilidad nula y riesgo nulo, y 5 en bitcoins. Si el bitcoin se derrumba, el inversor pierde el 5% de su inversión, y si su precio crece como lo ha hecho en el último año, multiplicando por 10 el valor inicial, es decir, si sus 5 dólares se convierten en 50, la rentabilidad de su inversión sería del 50%. En suma, en 2017, asumiendo un 5% de riesgo máximo, se habría obtenido una rentabilidad del 50%.
La pregunta que debemos hacernos ahora es: si todos los ahorradores mundiales que se hacen estas consideraciones invierten en bitcoins, ¿su demanda tendrá el peso suficiente para que éste multiplique su precio en dólares de nuevo por 10 en 2018, es decir, para confirmar los cálculos que guiaron su inversión? ¿Y si con el flujo de ahorros generado en 2019 sucediese lo mismo? ¿Cómo se modificaría la proporción de sus ahorros que se invierten en bitcoins si su rentabilidad creciese?
Si se confirmase en la realidad el crecimiento exponencial del bitcoin, en breve plazo alcanzaría la dimensión suficiente para que sus efectos macroeconómicos fuesen relevantes y, por tanto, preocupantes para los bancos centrales y las autoridades económicas. Añadiendo un cero cada año a la cifra en dólares que vale un bitcoin pronto el arbolito derribaría la casa. Pero estas preocupaciones no deberían centrarse en la posibilidad que brindan de realizar transacciones que podríamos calificar como “no correctas”. Es disparatado pensar que un agente racional va a desprenderse de una moneda cuyo valor en dólares se multiplica por 10 en un año para financiar transacciones, por muy alta que sea la rentabilidad de los negocios implicados. Estas transacciones quedarán reservadas para otras criptomonedas de menor crecimiento. La ley de Gresham rige una vez más.
No sabemos cómo afectará el auge del bitcoin a la demanda agregada. Por un parte, el crecimiento del valor en dólares de sus tenencias en bitcoins será considerado por sus poseedores como un aumento de su riqueza, y el aumento anual de su valor en el mercado como uno de los componentes de su renta. Por este motivo, con el ascenso del bitcoin se incrementará la demanda agregada de consumo, e inducida por ésta, la demanda de inversión. Pero, por otra parte, el sacrificio del consumo para invertir en bitcoins conlleva una recompensa inigualable ¿se privarán de vacaciones los ciudadanos inversores consolándose contemplando en la pantalla de su ordenador la evolución de la cotización de su moneda, de la rueda de su fortuna?
Cuando un bitcoin ascendente se haya instalado en la realidad, un banco central no podrá permitirse presenciar sin actuar los efectos contractivos que acarrearía su derrumbe. ¿Cómo podría intervenir para estabilizarlo? Sencillamente comprando cuando su dinamismo pierda fuerza y vendiendo cuando considere que su ascenso es excesivo. Pero estamos olvidando que el bitcoin no tiene patria. Ningún banco central estará interesado en apoyarlo en solitario. Debería constituirse un consorcio de bancos centrales, y esto exige cambios institucionales y acuerdos internacionales difíciles de lograr. Hasta que esto se logre, el bitcoin navegará a la intemperie.
Una última consideración para lectores propensos al entusiasmo. El bitcoin, ese territorio insólito donde la fuerza de la gravedad no actúa, debe ser explorado, sí, pero a paso de astronauta, es decir, caminando con pies de plomo.